lunes, 12 de enero de 2009

Cuando Calfucurá pasó rozando La Riestra

Ya desde entrado 1830 habían comenzado a llegar colonos a lo que hoy se conoce como Norberto de la Riestra. Desperdigados por enormes extensiones fértiles, entre montecitos crecidos al cobijo de pequeñas lagunas llenas de pájaros, deambulaba el paisano, el gaucho y el indio... casi sin tocarse. Así, entre animales cimarrones y poca alambrada, sorteaban las campañas para ganarle tierra al indígena.
Fortín las Mulitas -hoy 25 de Mayo- ya era una caserío con cierto movimiento. El fortín se había construído a pedido de comerciantes, agricultores y curas que veían cómo su territorio tornaba indefenso ante las últimas incursiones de la indiada con quien se había negociado mejoras que no cumplieron.
Y fue de esa indefensión que se aprovechó el bravo cacique Calfucurá.
Corría el año 1859 cuando llegó a Fortín las Mulitas. El indio Cristo le había llevado quejas de que el gobierno no cumplía con lo pactado para la supervivencia de la tribu: hambruna, violencia contra las mujeres y hasta cambio de nombre para que no se pudieran reconstruir las familias. El germen de lo que hoy llamaríamos genocidio.
Por cierto, del grupo de Cristo podría haber sido Juan Tiburcio Peralta, mi abuelo, a quien cuenta la tradición oral que le cambiaron de nombre, como a tantos. Y en una de las tantas trifulcas, perdió el brazo.
Lo cierto es que Calfucurá no se andaba con chiquitas y acampó con cerca de tres mil hombres en Médano Partido con la intención de conseguir comida, tabaco, alcohol y cautivas. El rumor había llegado hasta el pueblo como un inquieto y negro presagio. Las mujeres y los niños -presa fácil para la indiada- se arremolinaban en las casas más fuertes y los hombres se reunieron en la plaza para pedir al cura del lugar que intercediera con el Señor de las Salinas -así llamado el bravo Cafulcurá-.
Entonces el padre cura Bibolini le salió al encuentro para negociar víveres, dinero y regalos a cambio de la vida de los habitantes. No sabemos qué más le debe de haber prometido el cura, pero el Cacique entró pacíficamente a Las Mulitas ante el asombro de las mujeres y la admiración de los niños. Cuentan que de los tres mil hombres muchos se dispersaron por la población pidienco cofque, yerque, petrén y pulcui. Y alguno puede que se haya quedado al calor de las indias acriolladas de la tribu de Cristo.
Calfucurá se marchó después de chocolatear con los hombres fuertes, con un gran alijo de tabaco, aguardiente y otros alimentos. Sus caballos diestros y galopeadores, atravesaron las tierras por donde en pocos años más pasaría el ferrocarril.

Pero en 1861 volvería por Las Mulitas, esta vez con menos hombres.

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