
Vivía en el monte, en una casa, se decía, donde los perros eran los dueños y señores.
Se la veía llegar desde lejos, caminando por la arena hasta el boliche de Verón. Compraba poca cosa: una galleta, vino... Los perros la esperaban afuera olisqueando el palenque de tronco de eucalipto.
Sin someterse a gesto de varón ni a mandatos sociales, Ramona fue mi primera heroína feminista.
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